Origen modifica

Elías de Tejada [1] [2]

Dessarrollo modifica

Sabaté i Curull [3] [4] Antoni Simon i Tarres [5] Xavier Torres Sans [6]

Características modifica

Jordi Günzberg Moll [7]

Nación contemporánea modifica

referència a revisar: Juan Sisinio Pérez Garzón

 
Primera página de la edición original en francés de El contrato social (1762) de Jean Jacques Rousseau.

Al igual que en el resto de Europa, a finales del siglo XVIII la monarquía absoluta borbónica sufrió profundos cambios políticos y sociales a raíz de la Revolución francesa y, especialmente, a comienzos del siglo XIX durante la invasión napoleónica de España. Las guerras napoleónicas transformaron toda Europa haciendo surgir sentimientos nacionales donde antes no los había habido, o no se había expresado con el nuevo sujeto jurídico surgido de la Revolución francesa: el de Nación de ciudadanos como detentora de la soberanía. En la acepción revolucionaria de nación subjace el concepto rousseauniano del contractualismo individualista. En El contrato social (1762) Jean Jacques Rousseau construye una filosofía política basa en los principios de la libertad e igualdad de los individuos, los cuales para vivir en sociedad insitutyen un contrato social un Estado que asegure las libertades para poder convivir. La teoría del contrato social fundamenta buena parte de la filosofía liberal, en especial el liberalismo clásico, al instituir al individuo com centro y pilar único de su visión filosófica, regido por los principios de la Libertad e Igualdad:

En base a la teoria contractualista, el abate Emmanuel-Joseph Sieyès desarrolló el concepto de la soberanía nacional en su obra ¿Qué es el tercer estado? (1789), que comenzaba con la respuesta a la pregunta «Todo»» y seguía preguntandose «¿Qué ha sido hasta ahora en el orden político? Nada». Inicialment el abate Sieyès usó las locuciones nación y pueblo indistintamente, pero poco después precisó su significación estableciendo a a priori la Nación como titular de la soberanía y propia del Derecho natural, la cual ejercía la soberanía mediante el poder constituyente para el "establecimiento público" -Constitución- y la construcción del Estado, resultando a posteriori el Pueblo como el sujeto jurídico titular del poder constituido propio del Derecho positivo; en síntesis, para Sièyes un Pueblo era una Nación organizada jurídicamente. La primera constitución de la historia francesa, la Constitución francesa de 1791, fue promulgada por la Asamblea Nacional Constituyente como representante del Pueblo de Francia y aceptada por Luis XVI de Francia; mediante dicha constitución Francia quedava configurada como una monarquía constitucional en la que la soberanía era una, indivisible e inalienable.

Construcción nacional o «nación voluntaria» modifica

 
La Nación granadina (1832) se constituyó tras la fragmentación de la Gran Colombia y la proclamación de la República de la Nueva Granada. De la Nación granadina surgió la Nación colombiana y la Nación panameña. Según el nacionalismo liberal o "voluntarista" cualquier colectividad humana es susceptible de convertirse en nación por deseo propio, bien separándose de un estado ya existente, bien constituyendo una nueva realidad mediante la libre elección.

Tras el ascenso al poder de Bonaparte se iniciaron las guerras napoleónicas que desencadenaron los sentimientos nacionales en toda Europa. España no fue una excepción a esa nueva corriente nacionalista, y si ya durante la guerra contra la Convención, la propaganda antifrancesa había generando la idea del "enemigo exterior", la Guerra de la Independencia Española exacerbó dicho sentimiento. Así mismo la invasión napoleónica y la descomposición de la monarquía absoluta borbónica desencadenó los procesos de independencia de la América española —el 10 de agosto de 1809 el Primer Grito de Independencia en Quito-, i en 1811 se proclamó la Constitución Federal de los Estados de Venezuela fundamentada en los principios rousseaunianos del contrato social y la soberanía popular. En la península en marzo de 1812 se proclamó en Cádiz la Constitución política de la monarquía española[8] redactada por 300 diputados de los cuales 63 eran americanos.[9] La constitución establecía el sufragio universal masculino indirecto, la soberanía nacional, la monarquía constitucional i la separación de poderes.[10][11] La Nación española quedó constituida por el artículo primero de la Constitución: «La Nación española es la reunión de los españoles de ambos hemisferios» en tal manera que eran españoles tanto los peninsulares, como los americanos y los asiáticos. La Restauración absolutista en España, y con la subsiguiente abolición de la Constitución, estimuló el proceso de independencia americana y el fracaso de la concepción revolucionaria de la Nación española. En 1818 la Constitución del Estado de Chile creó Nación chilena, siguida por la creación de la Nación colombiana (1821) —que luego se fragmentaría dando lugar a la Nación venezolana (1830), la Nación granadina (1832), y la Nación equatoriana (1843)—, la Nación peruana (1823), la Nación mexicana (1824), la Nación boliviana (1826), la Nación argentina (1826), etc, etc.

 
[1] [2] Informe sobre la necesidad y los medios para aniquilar los dialectos y universalizar el uso de la lengua francesa

Tras la derrota de Napoleón el Congreso de Viena de 1815 consagró una alianza de las monarquías absolutas para evitar una generalización del contagio revolucionario en Europa. Los revolucionarios se organizaron a través de sociedades secretas similares a la masonería y estalló la Revolución de 1820 que tuvo a España como epicentro y que se extendió a Italia y Portugal; el pronunciamiento de los militares liberales españoles inició el llamado Trienio Liberal (1820-1823). La siguiente oleada revolucionaria en Europa, la Revolución de 1830, se fundamentó en el liberalismo y el nacionalismo, dando lugar a la creación de la Nación belga (1830), la Nación polaca (1830) y el inicio del Risorgimento — la unificación italiana—. Tributario de las tesis constractualistas revolucionarias el nacionalismo liberal tuvo como máximo de defensor al filósofo italiano Giuseppe Mazzini (1805–1872). Mazzini consideraba que la nación surge de la libre voluntad de los individuos, los cuales adquirien el compromiso de convivir y ser regidos por unas instituciones comunes deviniendo en ciudadanos libres e iguales ante la ley. Es pues el individuo quien de forma subjetiva decide formar parte de una determinada comunidad política a través de un pacto. Según el nacionalismo liberal o "voluntarista" cualquier colectividad humana es susceptible de convertirse en nación por deseo propio, bien separándose de un estado ya existente, bien constituyendo una nueva realidad mediante la libre elección.[12] Pero dicho principio contractualista chocaba con la realidad cultural preexistente en los individuos. Así en 1794 el abate Henri Grégoire (1750–1831) presentó el 4 de junio de 1794 ante la Convención Nacional el Informe sobre la necesidad y los medios para aniquilar los dialectos y universalizar el uso de la lengua francesa.

El informe de Grégoire postulaba por la aniquilación de los 33 patoisalemán, corso, francoprovenzal, bretón, catalán, basco, alsaciano, occitano, así como dialectos y geolectos del propio francés, etc—, que se hablaban en Francia para «fundir a todos los ciudadanos dentro de la masa nacional» y «crear un publeo» argumentandose la ininteligibildad de unos con otros, aún entre los propios dialectos del francés que diferían del dialecto de las clases altas, el dialecto parisino, así como que la universalización de la lengua francés favorecería el derecho de emancipación de las minorías[13] En su conceptualización racional, centralizada y homogeneizadora el abate proponía que «Podemos uniformar el lenguaje de una gran nación... que centraliza todas las ramas de la organización social y que debe ser celoso de consagrarse lo antes posible, en una República, una e indivisible, el uso único e invariable de la lengua de la libertad.». La Convención Nacional a través del Comité de Instrucción Pública encargado de controlar y supervisar la educación para la ciudadanía, aprovó el mismo 16 de Pradial del Año II la creación de una nueva gramática y vocabulario para la «lengua de la libertad». El dialecto parisino devino la lengua francesa y explica por qué en la actualidad el francés es tremendamente homogéneo y carente de dialectos. Así mismo en Italia, tras la culminación de la Unificación italiana con la proclamación Reino de Italia, el político liberal Massimo D'Azeglio apostilló en la primera sesión del Parlamento del 18 de febrero de 1861: Abbiamo fatto l'Italia, ora dobbiamo fare gli italiani, —«Hemos hecho Italia, ahora hemos de hacer a los italianos»—. Como sintetiza el sociólogo y catedrática español Emilio Lamo de Espinosa, los franceses, desde el abate Gregoire, formularon la ecuación de arriba abajo: la República construye una nación, generalizando la lengua a través de las escuelas y los cuarteles militares. Los alemanes por contra, desde Fichte y Herder, construyeron la ecuación de abajo arriba: la lengua alemana es el espíritu de la nación germánica, la cual debe dotarse de un Estado.[14]

Despertar nacional o «nación étnica» modifica

 
Essai sur les mœurs et l'esprit des nations del filósofo Voltaire

La expansión militar napoleónica por Europa, que en teoría pretendía extender los valores revolucionarios, propició el surgimiento de reacciones nacionalistas contra el invasor francés. Resalta el nacionalismo germánico pues sus características son justamente las opuestas al concepto francés y americano de nacionalismo liberal basado en las tesis contractualistas de la nación voluntaria. El nacionalismo alemán desarrolló un concepto distinto, el de la nación cultural contemporánea basada en las tesis del Volkgeist (Espíritu de la nación). Ante el Racionalismo y el Neoclasicismo los filósofos alemanes desarrollaron el Idealismo y el Romanticismo: frente a los postulados del cambio racional hacia el futuro, el romanticismo vindicaba el peso de la historia en el futuro; frente a un racionalismo de àmbito universal, el romanticismo prougnaba las tradiciones particulares de los pueblos; frente a los cánones estéticos racionalista, la exaltación del instinto, los sentimientos, y la originalidad creativa.

En 1748 Montesquieu redactó su obra El espíritu de las leyes (De l'esprit des lois, 1748) en el que aboga por la monarquía constitucional, la separación de poderes, la abolición de la esclavitud y el imperio de la ley. Pero a lo largo de su tratado Montesquieu se preocupa por constatar com la greografía y el clima han influido en la cultura de cada pueblo para producir un espíritu, un inclinación natural de los pueblos hacia unos patrones socio-culturales de vida, los cuales han dado lugar a instituciones políticas particulares que difieren del de otras comunidades humanas geograficamente alejadas. Poco después Voltaire publicó Ensayo sobre las costumbres y el espíritu de las Naciones (Essai sur les mœurs et l’esprit des nations, 1756) donde exponía el génie du peuple (genio del pueblo) y l’esprit des nations (espíritu de las naciones). Las tesis Montesquieu y Voltaire fueron conceptualizadas por Johann Gottfried Herder (1744-1803), quien en sus ensayos Sobre el estilo y el arte alemán (1773) reivindicó la literatura popular en lengua alemana como una manifestación del Volksgeist (Espíritu de la nación). Herder teorizó que todas las naciones tenian un modo de ser ser único, propio, e igualmente válido en su entorno. Para el ilustrado Herder, teorizando ya contra la tesis general de la Ilustración y preconizando las tesis del Romanticismo, la literatura no debía constreñirse a unos canones universales, sino que debía valorarse en tanto que manifestación propia del espíritu de cada cultura. Para Herder, la nación és un fenómeno natural, un organismo vivo en si mismo, que cuenta con alma propia.[15]

 
Discursos a la nación alemana del filósofo Johann Gottlieb Fichte, obra publicada en Berlín en 1808 que postula el esencialismo respecto al ser alemán.

El filósofo Johann Gottlieb Fichte (17621814) es considerado primer ideólogo del nacionalismo i uno de los padres del Idealismo alemán. En filosofía, el idealismo —en oposición al materialismo— sostienen que la realidad no es cognoscible tal como es en sí misma, sinó que el objeto del conocimiento está preformado o construido por la actividad cognoscitiva. Fichte rechazaba el argumento kantiano sobre la existencia de los noumena o «cosas en sí» como realidades supra-sensibles más allá de las categorías de la razón humana. Fichte argumentaba que la consciencia no necesita más fundamento que ella misma: de esta forma, el conocimiento no parte ya del fenómeno, sino que se vuelve creación del sujeto conocedor. Es así que se crea el idealismo: la realidad es un producto del sujeto pensante, característica definitoria del idealismo alemán. En su famoso trabajo Fundamento del derecho natural Fichte establece que la auto-consciencia es un fenómeno social, es decir, afirma que aunque su existencia depende de los objetos del mundo externo, sin embargo, la mera percepción de estos objetos externos depende del despertar de la auto-consciencia de su ser, para que lleguen a ser en realidad. En su obra Discursos a la nación alemana reunía catorce discursos pronunciados en Berlín entre 1807 y 1808, durante la ocupación francesa. En este sentido, los discursos pretendían despertar la consciencia del sentimiento nacional alemán, y proponía la construcción de estado para la nación alemana.[16] Para Fichte el ser alemán se fundamentaba en el esencialismo que identifica a la nación con rasgos que se heredan —lengua, cultura, tradiciones—, las cuales estan por encima de la voluntad del individuo:[17] Para nuestros antepasados germánicos, la libertad residía en permanecer siendo alemanes [..] Así la nación alemana, gracias a poseer un idioma y una manera de pensar comunes, hallábase suficientemente unida y se distinguía con claridad de los demás pueblos de la vieja Europa. Solo tras despertada la consciencia del ser de la nación, y una vez realizada la nación en si misma, podrían los individuos gozar de auténtica libertad en tanto que la realidad de los individuos no era neutral sinó culturalmente consubtancial a la nación de la que formaban parte. En cuanto al estado, Fitche expresó la necesidad de que los alemanes se dotaran de un estado propio, las características del cual expuso en Der geschlossene Handelstaat que dedicó al ministro prusiano von Strüsee para el establecimiento de un Estado ideal estructurado en clases diversas, severamente separadas, y cuya fuerza numérica es determinada por el gobierno.

En suma, Herder y Fichte sentaron las bases filosóficas del nacionalismo étnico contemporáneo definiendo a la nación en términos de etnicidad i folklore, lo cual incluye por definición la tradición labrada por las generaciones previas y conexión cultural entre los miembros de la nación y sus antepasados. A diferencia del nacionalismo liberal que apela a la «construcción» de la nación, el nacionalimso romántico apela al «despertar» de la nación mediante el redescubrimiento de la identidad nacional trabada por heréncia cultural de los siglos pasados y la unidad de la lengua.[18] La nacionalidad es hereditaria. El Estado deriva la legitimidad política de su estatus en tanto en cuanto ejerza su función de articulación de la nación y organize la vida social en relación a los valores culturales de la comunidad.[19] Herder y Fichte pues són considerados los padres del nacionalismo conservador u "orgánico" al concebir la nación como un órgano vivo que presenta unos rasgos hereditarios expresados en una lengua, una cultura, y unas tradiciones comunes, madurados a lo largo de un largo proceso histórico. La nación poseería entonces una existencia objetiva que estaría por encima de la voluntad particular de los individuos.

Las tesis del historicismo desarrolladas por el filósofo Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770 – 1831) también fueron decisivas para la filosofía nacionalista. Hegel consideraba que el estudio del pasado, de la historia, era el método para el estudio de las sociedades. En Fenomenología del espíritu (1807) Hegel expone que la Revolución Francesa había representado el intento de instaurar el reino de “la libertad absoluta” (die absolute Freiheit); los revolucionarios liberales, ebrios de racionalismo, había concebido a un individuo que actua con plena libertad, sin límites, como si pudiesen crear un mundo nuevo y, además, a su antojo. Los revolucionarios habían pretendido hacer tabula rasa con la historia, habían creado un nuevo calendario, una nueva república, y pretendían crear una nueva sociedad basada de individuos libres, libres de la carga del pasado, de la tradición cultural, de los prejuícios de la fe religiosa y supercherías medievales. Ensimismados por el racionalismo ilustrado elevaron la razón a nueva divinidad, creyendo que la sociedad puede ser reformada y cambiada de acuerdo a un criterio racionalista. Mas para Hegel a los revolucionarios liberales no les guiaba la razón, sinó que incoscientes de los límites de la razón, la hybris irracional de la razón se revolvió en contra de los mismos revolucionarios; en su sueño por una libertad absoluta del individuo haciendolo dueño del mundo y de su destino, creyendo en una racionalidad universal e inadvertidos de sus límites heredados de marco cultural, alienaron al individuo de su personalidad nacional. La revolución había sido un intento grandioso de someterlo todo a la objetividad, a la voluntad transformadora del ser humano, mas ese sueño de la razón tan solo podía desembocar en el monstruo del reino del terror. La lección de la gran revolución era transcendental: el fracaso en el intento de instaurar el reino de la libertad absoluta mostraba que los hombres, en realidad, nada tienen que cambiar en lo esencial, que el pasado y la historia no són negligibles, que lo que ha existido tiene un sentido y un contenido duraderos, que se trata de las expresiones de la razón en sus distintos momentos, todos ellos necesarios para poder alcanzar una racionalidad completa. Es por ello que no debe destruirse la herencia de los siglos pasados, sino reconocerla, obtener la reconciliación del Espíritu a sí mismo, el fin de la alienación de los individuos, la reconciliación de las partes con el todo, de los individuos con su comunidad, en la formación de un estado nacional, y por tanto racional, para llegar al momento culminante de la realización del Espíritu, la del Espíritu cierto de sí mismo (Der seiner selbst gewisse Geist).[20]

Siguiendo las tesis filosóficas del nacionalismo el jurista alemán Friedrich Karl von Savigny (1779-1861) desarrolló la Escuela histórica del derecho. En oposición al planteamiento del tradicionalismo cristiano universal del derecho natural, y del universalismo racionalista del derecho positivo, Savigny concebía al derecho como una creación de cada pueblo fruto de su marco cultural e histórico, una evidencia encarnada de su Volksgeist (Espíritu de la nación). El derecho se hallaba por medio de la investigación histórica -derecho consuetudinario, fueros, usos y costumbres-, para que luego los juristas lo estudiaran. Para Savigny el Particularismo revelaba que lo que podía ser bueno para unas naciones, podía no serlo, necesariamente, para otras.

La Cataluña que lucha contra Europa modifica

el fin definitivo de la monarquía absoluta en España; a la muerte del rey (1833) se abrió un periodo de transformaciones liberales y de guerra civil entre carlistas (partidarios de Carlos V, el hermano de Fernando VII) e isabelinos (que apoyaban a la hija de Fernando VII, Isabel II, que era aún una niña).

con el claro propósito de acabar con las bases económicas, sociales y políticas del Antiguo Régimen (Desamortización española).[21] Las realmente importantes fueron, sobre todo, las de Juan Álvarez Mendizábal durante el reinado de Maria Cristina en 1836 y Baldomero Espartero junto a O'Donnell) el ministro de Hacienda Pascual Madoz realiza una nueva desamortización (1855) Pascual Madoz.[22]

Según apunta Francisco Canals Vidal, filósofo y teólogo catalán crítico con el catalanismo, fue el catalanista Antoni Rovira i Virgili quien tuvo la sincerdiad de reconocer que «los herederos de 1640 y de 1714 son en realidad los carlistas de la montaña catalana».[23] Para Canals, el hilo conductor de todas las guerras catalanas a lo largo de la edad moderna y la edad contemporanea no es mas que el de la lucha contra las ideas extranjerizantes provinientes de Europa; la "modernidad" absolutista francesa que el conde duque de Olivares intentó injertar en la Monarquia de España desenbocó en la Guerra dels Segadors (1640-1659), un pugna a muerte contra el absolutismo que continó sin tregua durante la Guerra de los Nueve Años (1688-1697) para culminar en la Guerra de Sucesión Espanyola con la «heroica tragedia» del 11 de septiembre de 1714. Habiéndoles arrebatado los borbones por la violencia de las armas sus instituciones de gobierno y su derecho público, consiguieron los catalanes preservar su propio derecho privado, su tradición particular. Pero ante el albor de las ideas revolucionarias sobre los Pirineoa, señala Francisco Canals que fue el pueblo catalán aquel que, de entre todos los pueblos de España e incluso de toda Europa, estuvo en guerra en mas ocasiones y con mas virulencia contra el jacobinismo y el estado inspirado en los principios de la revolución: la Guerra Gran (1793-1795) contra la república francesa, la Guerra del Francès (1808–1814) contra el imperio napoleónico, la Guerra de la Regència d'Urgell (1820–1823) y la Guerra dels Malcontents (1827) contra la Constitución de Cádiz, para continuar con la Primera Guerra Carlista (1833–1840), la Guerra dels Matiners (1846–1849) y la Tercera Guerra Carlista (1872–1876) contra el estado liberal de matriz europea ya injertado en las misma España.[23]

Ángel Ossorio y Gallardo


El Europeo es una revista aparecida en Barcelona entre los años 1823 y 1824, importante por ser uno de los elementos introductores del Romanticismo en España: Buenaventura Carles Aribau y Ramón López Soler // El Vapor (diario) Oda a la Patria // Manuel Milá y Fontanals:en la primera, pese a ser un gran conocedor de los clásicos grecolatinos, abrazó con fervor el Romanticismo, primero el liberal y luego el tradicionalista, contribuyendo a difundirlo decisivamente en Cataluña. En ese sentido fue muy importante su artículo "Clásicos y románticos", publicado en El Vapor, 1836, que puede considerarse como un verdadero manifiesto del movimiento. Recogió este trabajo en su libro Algunos estudios literarios (1836), que recoge también poemas de tema catalán escritos en castellano, como "El trovador del Panadés", y su ensayo semidramático, influido por Goethe y Byron, "Fasque nefasque", del que luego abjuró por considerarlo una travesura juvenil. Su entusiasmo por Walter Scott y el Romanticismo histórico está muy claro en "La moral literaria, contraste entre la escuela escéptica y Walter Scott" (1842) y en esta línea se explican sus "Romances de los Reyes Católicos en Barcelona" (1842). Más tarde documentaría la introducción del Romanticismo el Cataluña al escribir "Un párrafo de historia literaria: El Europeo de 1823", Joaquín Rubió i Ors:Vinculado al Romanticismo, tras la publicación de la Oda a la Patria de Buenaventura Carlos Aribau en 1833 puede decirse que la Renaixença no empezó verdaderamente hasta que Joaquín Rubio escribió el manifiesto de la misma en 1841 y se celebraron los Jocs Florals en 1859. 1854 Francesc Pi i Margall desarrolló en su obra La reacción y la revolución El origen de las especies Darwin 1859 Positivismo Revolució de 1868 Pacte federal de Tortosa 1869 Neocatólico/Jaime Balmes i Urpià Félix Sardá y Salvany: El liberalismo es pecado 1884

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Manuel Duran i Bas

Para el sociólogo y catedrática español Emilio Lamo de Espinosa, los franceses, desde el abate Gregoire, formularon la ecuación de arriba abajo: la República construye una nación generalizando la lengua a través de la escuela y el cuartel. Los alemanes, desde Fichte y Herder, construyeron la ecuación de abajo arriba: la lengua alemana es el espíritu de la nación germánica que debe dotarse de un Estado, cosa que conseguirá sólo a finales del siglo. Pero unos y otros, en uno u otro sentido, van a sustentar la misma ideología: la que equipara la lengua con la nación y ésta con el Estado. La lengua es el "alma" de la nación, decía Humboldt; "prenda de nacionalidad", la llamaba Prat de la Riba.[24]

Para los mencionados teóricos, la nación definida por ellos tiene un derecho inalienable a dotarse de una organización política propia. Es decir, a constituirse en Estado. Pero a diferencia del modelo liberal franco-estadounidense, ésta nación, en tanto que sujeto político, no se entiende simplemente como una suma de individuos que ejercen su voluntad, sino como algo superior. Todo pueblo, según ellos, tiene unos rasgos propios que le definen, distinguiéndole así de todos los demás. Es esta personalidad cultural diferenciada, o esencia propia (Volkgeist, "espíritu del pueblo", escribía Herder), la que permite singularizar al pueblo con vistas a determinar quién es el sujeto político (es decir, la nación tal como la entendían ellos) con auténtica legitimidad para constituirse en Estado. Pero dicha identidad no se hace visible por la mera expresión de la voluntad de un conjunto de individuos en un momento dado. Es algo más trascendente, pues el pueblo que es base de la nación romántica sería como un organismo vivo y perdurable, y una entidad moral de orden superior a la simple suma de sus partes. Para los nacionalistas románticos germanos el Volkgeist, permanente y supraindividual, es objetivo, mientras que el sufragio es subjetivo. Es decir, inviertien las categorías de los liberales.


Por contra, mientras que serían Hegel y la filosofía del derecho del siglo XIX los que propondrían el principio corporativo, para el que la soberanía y la libertad no es individual sino colectiva.[25]

El nacionalismo pujolista siguió la estela de Prat de la Riba, muy influido por el historicismo romántico alemán pasado por el tamiz de la derecha francesa de su época.


Francisco Canals Vidal [26] [27]

Sobre Torres i Bages

Almirall: lo catalanisme; base teòrica. Origen de la decadència, absolutisme, i renaixement

Almirall elabora, como punto de partida, la caricatura de una iden­tidad castellana frente a la que presenta la catalana como con­ traste: el castellano es la raza, el pueblo, el grupo, el carácter Otro que el catalán. Almirall marca la pauta al bucear en el carácter castellano después de haber trazado en unas pinceladas la situa­ción por la que atravesaba la nación española: una vida nacional pobre, carente de instituciones sólidas, sobrada de ignorancia y de inmoralidad, con partidos políticos formados exclusivamente por los que querían vivir a costa de la generalidad de la nación, que actuaban sobre un pueblo caduco, lleno de vicios alimentados por la ignorancia. Nada más lógico que todo ese estado de decaden­cia racial explique el indiferentismo musulmán, la inmoralidad ate­rradora, la ignorancia supina que eran en su tiempo los caracte­res más destacados de la «hidalga y orgullosa nación española».[continua més sobre la mateixa idea][28]

Lógicamente, la supeditación de Cataluña a Castilla al cerrarse el Meditérrano y abrirse el Atlántico significó una pérdida de la personalidad catalana. Pero no exactamente una degeneración ni un decaimiento sino una desnaturalización, ha­ciéndole olvidar los ideales de libertad y particularismo en los que se basaba la política aragonesa. Por supuesto, esa desnaturaliza­ción ha progresado especialmente en las ciudades y grandes cen­tros de población pero todavía no ha alcanzado un nivel alarmante entre la gente del campo y de la montaña, lo que quiere decir que una vez derrocado el absolutismo español que tenía sumida en la nulidad a la región catalana, sólo faltaba un aldabonazo, alguien o algo que hiciera sonar la campana para que aquel pueblo dor­mido despertara. Y eso fue, en efecto, lo que consiguió la invasión napoleónica cuando despertó en el pueblo sus instintos bélicos y su espíritu de independencia: desde el momento en que el pueblo se despierta, «debía por necesidad venir el Renacimiento». «Lo Reinaxement» será capítulo obligado de esta «gran narrativa» de la nación dor­mida que retorna a la vida, un apartado imprescindible en todos los que se ocupen del despertar de la nación catalana. Aunque tras tantos siglos de vivir como aletargado el pueblo se encuentre débil, será imposible después de la gran sacudida devolverlo a su secular modorra. Había sonado la hora del renacimiento, primero con la resurrección de la lengua, luego con la restauración histó­rica, con la creación literaria, la poesía lírica, el teatro y los can­ tos populares, el uso público de la lengua catalana, finalmente con el nuevo despertar político y social del catalanismo regionalista. Es llegada la hora de dar un paso más y plantear los agravios y reivindicaciones de Cataluña que Almirall sintetiza en la lengua, el derecho civil, la administración, el gobierno y la justicia, la ins­trucción y la educación. La cuestión consiste en cómo recuperar todo lo propio si se forma parte de una nación débil, España, degenerada y decaída, y de una región que por imposición castellana ha adquirido los vi­cios que explican la decadencia de aquella y que obstaculizan su propio renacimiento. [..] [No es separatismo, sinó que] La solución no puede ser más que un «sistema particula­rista» en el marco de un «Estado compuesto» que podría ser mo­nárquico o republicano, pero que en lo que respecta a la organi­zación interna de Cataluña sólo podría ser republicano, con unas Cortes formadas por tres cuerpos, uno por sufragio universal, otro por representantes de los distritos y un tercero por representantes de corporaciones. Una retórica y un programa atractivo, que explica el éxito del Centre Cátala, nacido del primer Congrés Catalanista, y del mismo Almirall en torno a 1885.[29]

pero que explica también la inmediata competencia que habría de salirle desde el otro gran frente del ca­talanismo, el que había apostado por los juegos florales y la re­cuperación de una identidad catalana católica. Entre ellos, Torras i Bages mostró lo que era capaz el amor a la patria, ese fuego eterno que lo funde todo en la misma empresa. Su enemigo es el uniformismo, una invención francesa, revolucionaria, que había constreñido el espíritu nacional, única fuerza capaz de desterrar la discordia en el pensar y de alcanzar ese estadio superior en el que la vida social es perfecta, el pueblo robusto, capaz de grandes ac­ciones y de larga vida. La unanimidad, cor unum et anima una, ésa era la meta del canónigo, pero la Revolución francesa había introducido un elemento disgregador en ese primigenio espíritu nacional. Afortunadamente, su triunfo había sido efímero: pasada su eficacia uniformadora, cuando los Estados unitarios decaen a ojos vistas, había que encontrar de nuevo el genio de la tierra, el elemento ético y racional de un pueblo, ese algo impalpable que es el espíritu nacional, los elementos permanentes de la vida del país. Reaparecerá así un sujeto dotado de voluntad e inteligencia propia, el pueblo catalán, al que podrá aplicarse con toda lógica el concepto de persona, dotado por tanto del derecho, que nadie le podra negar, a vivir. Torras consagrará su ingenio y energías a devolver al pueblo catalán la conciencia de su primer ser, su espíritu nacional, sus elementos permanentes. Para lograrlo, era preciso afirmar el va­ lor del positivismo y ser positivista, pero de los de verdad, de los que tras admitir la identidad entre patria y tradición estudian la historia, el derecho, las bellas artes, la poesía, como otras tantas «eflorescencias del árbol de la patria». Este es todo el positivismo de Torras y no de muy distinta índole será el del resto de los ca­talanistas que se aplican al estudio positivo de ruinas arqueoló­gicas, leyes tradicionales o instituciones medievales partiendo del axioma de que todo lo que descubran será una manifestación de la tierra, de la patria, del espíritu del pueblo, del «genio de la tie­rra», como dice Torras: un positivismo místico, si se quiere decir con la fórmula que González Casanova aplicaba a Prat de la Riba10, aunque tal vez fuera mejor hablar del permanente legado del romanticismo en el positivismo de fin de siglo.[30]

[Torras] Tras haber puesto en alta tensión su búsqueda positivista y haber llegado a la con­clusión de que el «unum necessaríum es la forma sustancial de la nación» no le quedaba más que un paso, ayudado no tanto por su positivismo como por su fe cristana, y lo dio sin complejo alguno: «A Catalunya la va fer Déu, no l'han feta els homes; els homes sois poden desfer-la». Que alguien que se precia de positivista pueda ser responsable de tal afirmación exige previamente haber fundido en el fuego eterno de la patria todas las contradicciones posibles. Según creía Torras, la gracia divina se infundió directamente en una raza fuerte, juiciosa y activa de modo que de aquel elemento hu­mano, fecundado por el elemento divino, no podía resultar más que una organización resistente y armónica; la infusión del elemento di­vino en aquella raza garantizaba que el carácter de los hombres y de las instituciones catalanas fueran de una naturalidad admirable. Y así, la organización social de Cataluña será la que más cerca de la naturaleza se encuentre: su organización familiar es patriarcal y las relaciones de hombre y mujer son trasunto de las que en el pa­ raíso habían mantenido Adán y Eva.[31]

Un nacionalisa puede ser ambas cosas: del positivista tendrá su pasión por la arqueología, por los cancioneros y los cantares, por levantar el catálogo de to­dos los hallazgos, datarlos, clasificarlos. Pero eso no obsta para que del romántico tenga la convicción de que todo lo que des­cubre y cataloga es la expresión de un sujeto colectivo, de un grupo, del que el mismo observador forma parte, al que debe su auténtico ser, al que pertenece por entero; lengua, canciones, rui­nas, cuadros que sólo él puede comprender cabalmente en toda su profundidad, pues sólo él puede sentir la auténtica emoción derivada de las manifestaciones del alma del pueblo, de su pue­blo, de su nación, sea una lengua, un ley,[..] Tendrá también el nacionalista, como el romántico, la idealiza­ ción de la Edad Media como punto de partida para la crítica del presente a la par que lo transciende; del romanticismo procedía asimismo la evocación del espíritu del pueblo como acicate para la revitalización de la cultura. Nada impedía, o mejor, todo empu­ jaba a un positivista de finales del siglo xix, inquieto por el largo sueño de su nación, a reconstruir la identidad perdida sintiendo los latidos del alma eterna del pueblo, dejando correr su fantasía tum­bado en la ladera de una montaña y estudiando la tradición con todo el rigor científico posible[30]

Ahora bien, en Torras como en Almirall, el combate contra el unitarismo derivado de la revolución francesa y de las políticas ja­ cobinas y centralizadoras que fueron su resultado, y el renovado amor a la patria catalana, no eran contradictorios con el senti­ miento de una patria común, llamada España.[..] Nación y patria, en el lenguaje de Torras, pueden significar tanto España como Cataluña; región, no; región sólo se dice de Cataluña: no es la región la enemiga de la patria común; al revés, de la región toma la patria común su sustancia vital.[32]

Las propuestas regionalistas formuladas en los años 80 del si­glo xix por Almirall, por Torras, por Maragall no deberían interpre­ tarse como si de ellas sólo se pudiera caminar hacia la identifica­ción de región con patria única, primero, y luego con nación. Tenían sentido en sí mismas y en los ejemplos que podrían adu­cirse de otras situaciones europeas. En realidad, ellos no se en­ tendían a sí mismos como precursores de nada; sostenían unas convicciones y actuaban racionalmente para conseguir unos fines; no elaboraron unas posiciones doctrinales ni propusieron unos ob­jetivos con la conciencia de realizar una obra incompleta. [..] Lo que ellos, y otros como ellos, hicieron fue construir un discurso en torno al renacimiento de un pueblo, una raza, una patria, una na­ ción —que de todo llamaron a Cataluña— dormido o dormida desde tiempo inmemorial. El sueño, sin embargo, no había llegado a corromper el ser íntimo, auténtico, de aquel pueblo; simple­mente, lo había desnaturalizado. [33]

Pero ese volver a ser ella misma Cataluña no exigía romper los vínculos con España, no ya los políticos o administrativos sino tampoco los afectivos o sentimentales: España como Estado pero también como patria grande: «españolistas somos todos en esta región... pero nuestro españolismo no impide que seamos catala­nes hasta la médula de los huesos».[33]

Pero la joven generación que se abrió paso en la escena pública desde los primeros 90 se sintió con voluntad y razón suficiente para levan­tar la mano, pedir la palabra y decir: no somos la región de una patria común, sino la patria única de un Estado compuesto. Al ha­cerlo, no llevaban a término algo que estuviera implícito en lo an­terior, como si lo que ellos hicieran fuera no más que acabar de despertar a la nación, ni miraban conmiserativamente hacia aque­llos que habían compartido el amor a dos patrias y, tras dirigirles una educada reverencia, renegar de ellos y establecer un nuevo origen. [..] [Prat de la Riba] Las dispares herencias de Almirall, de Torras i Bages, de Duran i Bas, de Mané i Flaquer fueron «aquilatadas y organizadas por él» asimilando de cada uno de ellos lo que podía interesar a su propia obra.[34]

De Catalanisme a Nacionalisme (Catalanisme Polític?) - 1886 - Prat de la Riba

Prat de la Riba hablaba en el Centre Escolar Catalanista, socie­dad filial del Centre Cátala fundada en octubre de 1886, primera fecha crucial en la historia del nacionalismo catalán. Hasta entonces, el sentimiento de patria catalana se había expresado políticamente en términos de regionalismo o federalismo, lo que no hacía incom­patible su coexistencia, no exenta de problemas ni de un extendido sentimiento anticastellanista, con la identificación con la otra patria, la española. El «lenguaje del doble patriotismo»3, característico de los tiempos románticos y del posterior auge del movimiento regionalista,encontró su momento culminante en el Memorial de Agra­vios presentado al rey Alfonso XII por el Centre Cátala en marzo de 1985. [..] La cuestión consistía en encontrar no sólo una institución, un orga­nismo, que cobijara a gentes de tan diversa procedencia sino un lenguaje común en el que todos ellos pudieran encontrarse. Y tal sería la tarea de los jóvenes que en 1886 irrumpieron en la escena pública fundando el Centre Escolar; ellos sirvieron de argamasa de una coalición entre burgueses y profesionales y ellos codifica­ron un nuevo lenguaje en el que todos los catalanistas, fuera cual fuese su procedencia social y su proyecto político, pudieran econtrarse, el lenguaje del nacionalismo.[35]

Prat de la Riba seguidor de Joseph de Maistre; De Maistre, al contarse entre los inicia­dores del gran renacimiento bajomedieval, fue un precursor: el descrédito de la Revolución francesa, del racionalismo apriorista, la rehabilitación de la historia medieval, la tendencia a la vida corporativa, a la familia souche, al antiguo régimen representativo, la exaltación de la costumbre en detrimento de la ley, la ruina de las grandes nacionalidades y el pujante levantamiento de las nacio­nalidades verdaderas, las naturales o étnicas, la renovación de la filosofía escolástica, todo esto y su explícito rechazo al principio de «cada ciudadano un voto» convierten la crítica del sufragio uni­versal y del parlamento en algo más, y diferente, que una mera crítica al sistema político vigente. [..] Desde noviembre de 1890, Prat de la Riba, tan deudor de De Maistre como de Maurras, identificó Cataluña como «nuestra única patria» y alzó la voz para aclamar «las nacionalidades naturales e históricas». Eso era Cataluña: la patria de los catalanes, una na­cionalidad simultáneamente natural e histórica. Ahí radicaba, ade­más, toda la diferencia entre patria y Estado, en que la primera era una comunidad histórica, natural, necesaria, mientras el se­gundo no era sino una entidad política, artificial y voluntaria. Por supuesto, carecía de sentido hablar de patria grande y patria pe­queña: patria no hay más que una, y lo que se llama patria grande es sencillamente un Estado compuesto de varias agrupaciones que, ellas sí, tienen la condición de verdaderas patrias. Dicho esto, es claro que España no es la patria, ni chica ni grande, de los ca­talanes; es simplemente su Estado, pues la patria es «la comuni­dad de gentes que hablan una misma lengua, tienen una historia común y viven hermanados por un mismo espíritu que sella con algo original y característico todas las manifestaciones de su vida».[34]

La afirmación de la identidad nacional frente al Estado abría la puerta a la identificación del Estado como enemigo de la nación. En efecto, si los elementos constitutivos de la nación —hasta ahora: lengua, leyes, espíritu— se encuentran viciados, si la len­ gua atraviesa peligro de extinción, si las leyes son impuestas desde fuera, si el espíritu o su manifestación como carácter na­ cional se ha desnaturalizado, y si por otra parte, la nación es la instancia natural, histórica y necesaria, la causa de su meneste­rosa situación sólo puede radicar en un elemento ajeno, impuesto a la nación, que actúa sobre ella desnaturalizándola y, por tanto, desviándola de su historia. [..] Cataluña tiene hoy su carácter desnaturalizado no por una debilidad de la raza, tampoco por esa extendida degeneración que afectaba a Francia, a España, naciones atacadas desde den­tro por el virus de la descomposición, sino por haberse encontrado Cataluña desde hace siglos «en una atmósfera contraria a su ma­nera de ser»: es la atmósfera, no el ser, lo que anda mal.[36]

Al Estado central o federal le correspondería la gestión de los intereses comunes a todas las re­giones, como ejército, aduanas o ferrocarriles generales. Al poder nacional catalán todo lo demás,[37]

El nacionalista es otro tipo de intelectual, un intelectual que formula un proyecto, se agrupa para desarrollarlo y que, dada la naturaleza de su tra­bajo, se propone controlar todos aquellos ámbitos de sociabilidad desde los que extender su programa. Y así como la doctrina quedó formulada en muy breve lapso de tiempo, el camino hacia el con­trol de las instituciones no tardarían tampoco nada en recorrerlo: la creación del Centre Escolar y su rápido control les había ense­ñado lo que tenían que hacer.[..]Prat de la Riba convocará la primera asamblea general, celebrada en Manresa a finales de marzo de 1892, de la que saldrán las bases de una constitución regional catalana. Poco después, culminados los estudios univer­sitarios, Prat está ya listo para entrar con su grupo en la redacción de La Renaixensa: [..] Y allí [en el Ateneu], en su presidencia, Prat de la Riba pro­nunciará en febrero de 1897 una conferencia que significa otra vuelta de tuerca en aquel «gran movimiento que comenzó creando una literatura, que hoy ya no tiene que dar vida a un arte que crece y arraiga por todas partes» y que debe ya buscar la elaboración de una política catalana21. Esta es ahora ciertamente la cuestión: pasar de la cultura, ya renacida y pujante, a la política, todavía por conquistar.[..]En los jóvenes catalanes puede encontrarse idéntico rechazo a la política parlamentaria, la misma crítica radical del sistema de partidos de la Restauración.[..]Las nacionalidades, dice Prat, «tienden a tener un Estado». Sólo hace falta para iniciar la empresa que despierten a la conciencia de lo que son. Cuando una nacionali­dad despierta, produce Estado. [38]

Cuando a una nacionalidad se le despierta la conciencia de lo que es, trabaja por producir un Estado, que es la expresión de su voluntad política, el instrumento de la realización de una política propia, insiste Prat de la Riba una y otra vez. Despertar la con­ciencia significa hacer patria, lo cual, como sabían muy bien sus oyentes, consistía en hacer arte, historia, ciencia. Es propio del in­telectual nacionalista entender la creación artística, la producción científica o la investigación histórica con un carácter instrumen­tal, como una actividad dirigida a la producción de una obra des­tinada a un fin superior, que la llena de sentido: el de hacer patria.«Avui no ens adonem prou encara, pero temps a venir, los que facin la historia del período en qué som, veuran ciar, claríssim, que fent art i fent histo­ria i fent ciencia féiem los catalans d'avui alguna cosa mes, féiem patria, treballávem en la gestació de l'Estat Cátala»[39]

A Prat de la Riba y a sus amigos les importa sobre todo establecer el axioma de que una nacionalidad nunca podrá ser completa si no dispone de un Estado inspirado en su espíritu, que traduzca su carácter y que lleve al concierto de los pueblos la orientación especial de su política. [..]Tal vez en otro tiempo, cuando a toda nacionalidad correspondía un Estado o vivía bajo la sujeción de un Estado ajeno, no había otra alternativa; pero ahora el progreso ha intro­ducido el Estado federal: cada Estado vive con completa autono­mía interna asociado a otros Estados que forman una federación de Estados o un Estado federal. Esa podría ser una fórmula y ese el contenido de una lucha: constituir un Estado catalán asociado a los demás Estados nacionales de la tierra ibérica.[40]

[Crisis del 98] que el pensamiento catalán, previsor, positivo y realista no podía estar más lejos del castellano, culmen de la imprevisión, fantasioso y charlatanesco; que los castellanos eran un pueblo en el que el carácter semita, por la inoculación de sangre árabe y afri­cana, se manifestaba en todas las expresiones de su ser, su pen­sar y su sentir; que una raza de esas características, con un pen­samiento como ese, no podía redundar más que en un gobierno despilfarrador, [..] Autonomía catalana era así equivalente, en estos años de fin de siglo, a regeneración de Es­paña. O lo que es igual: España no podría regenerarse si no re­ formaba su Estado de manera que las nacionalidades como la ca­talana conquistaran en él una posición, muy elásticamente definida, de autonomía.[..]De manera que a finales de 1898 estaban dados ya todos los supuestos que permiten entender lo que Borja de Riquer ha defi­nido como irrupción del catalanismo en la política española [41]

A las elecciones generales de 1901 siguieron las municipales de 1902 [..] En 1906, un año an­tes de la creación de Solidaritat Catalana, Prat de la Riba podía mirar hacia atrás como quien se sitúa en la culminación de un largo y fecundo proceso. La codificación doctrinal que significa La nacionalitat catalana podría entenderse como un homenaje a aquellos catalanes que, como hilo de agua al iniciarse el deshielo, murmuraban palabras extrañas: los románticos.[42]

No se conocía en España un grupo de intelectuales que, actuando colectivamente, hubiera resultado tan exitoso como ellos: despertaron una nación y, en lugar de irse a dormir o a vacar, la dotaron de instituciones que tuvieron buen cui­dado de controlar. La Mancomunitat constituye un hito en la via ascensional del catalanismo, pero «no nos convida al reposo». [43]

Campanyes

Estos jóvenes que comienzan a llegar muy pronto a puestos de responsabilidad en sociedades culturales y que lanzan campañas de movilización a favor de la lengua o en contra de un derecho ci­vil uniforme [..][35]

Objectiu

Lo que pretenden, con una conciencia sor­prendentemente lúcida para su edad, es considerarse a sí mismos, y que los demás les tengan, por culminadores de una evolución, como si en ellos encontrara sentido todo lo que en el terreno de la recuperación de la patria perdida se había realizado ya, al me­nos desde principios de siglo xix. En ellos alcanza, o ellos al me­nos así lo creen, su remate una búsqueda de la nación que hasta ese momento había errado en diversas direcciones, ninguna de la cuales debía ser arrojada sin más al basurero de la historia. Ellos estaban allí para rescatar una identidad, la de la gran Cataluña me­dieval, pero al hacerlo no querían desaprovechar ningún material proporcionado por quienes antes que ellos habían emprendido el mismo camino aun sin haber logrado llegar a la meta.[35]


Prat de la Riba, Puig i Cadalfach, Duran i Ventosa, los nacidos en torno a 1870, pueden leer con igual provecho a Valentí Almirall (1841), federalista de izquierda, que a Torras i Bages(1846),canónigo y luego obispo de Vic, o que a Joan Maragall (1860),[35]

Es precisamente el encuentro con políticos, industriales, sacer­dotes, juristas, en empresas colectivas lo que introduce en esta ma­ nera de ser intelectual propia de los nacionalistas catalanes un ele­mento ajeno por completo entre sus contemporáneos del 98. Estos intelectuales no son meros literatos, o arquitectos, o médicos, que pudieran estar preocupados como cada cual por los males de su patria. Se trata, por el contrario, de gentes cuya preocupación por la patria se traduce en acción profesional o colectiva desarrollada desde instituciones culturales creadas al efecto. Es notable el nú­mero y variedad de espacios institucionales de encuentro, no me­ras tertulias, no charlas de café, sino asociaciones, centros, ate­neos, ligas, uniones o partidos políticos, sociedades culturales y recreativas, con sus reglamentos, sus asambleas formalizadas, sus cotizaciones, sus juntas directivas. Lo que escriben si son literatos, las casas o palacios que construyen, o las iglesas y monasterios que reforman, si son arquitectos, los pleitos que defienden si son abogados, están directamente relacionados con lo que hacen o con lo que pretenden hacer en orden a la recuperación de la nación ca­talana desde las instituciones que administran y dirigen. No son meros ideólogos, tampoco se limitan a una acción de protesta; bus­can formas de movilización, despertar a una sociedad que juzgan dormida de modo que se ponga en movimiento.[44]

Soberanía, derechos históricos y estatuto de autonomía modifica

Tomàs de Montagut Estragués [45]

Vallet de Goytisolo[46]

« Creo que lo expuesto merece una explicación. Felipe V afirmaba que él había jurado respetar las libertades de Cataluña y que las cortes catalanas le habían jurado fidelidad; por lo cual, los catalanes habían sido traidores. Pero lo cierto es que, después de efectuarse estos juramentos surgieron enseguida dificultades acerca del respeto de esas libertades como se observa en las Narraciones de Castellví (cfr. n os 13, 14 y 15 del año 1702, y 8, año 1703). Creo que esto era inevitable que ocurriera y que tiene una explicación profunda. Radica en la diferencia entre la concepción tradicional pactista catalana, en que se basaban las libertades, y la de la soberanía bodiniana que Felipe V sentía y practicaba. La concepción bodiniana reconocía al rey —hoy se refiere al Estado— el monopolio del derecho, haciendo de hecho a éste equivalente a ley, y si reconoce algún valor a las costumbres y leyes no estatales es por una concesión constitucional aprobada por las Cortes, frente a ésta, la concepción catalana, pactista del pueblo con el poder, expuesta por Francesch Eiximenis, lleva inherente la concepción tradicional de nación de naciones formando una «communitas communitatis», pues las comunidades «jamás dieron potestad absoluta a nadie sobre sí mismas, sino con ciertos pactos y leyes». Francisco Elías de Tejada, refiriéndose al libro del aragonés Gaspar de Añastro e Izunza, Las repúblicas de Bodino catholicamente enmendadas, cree que el hecho de que al título de esa obra le añadiera Añastro el subtítulo «catholicamente enmendadas», ha de relacionarse con su juicio de que «los hispanos no pueden aceptar la noción de soberanía, debiéndola sustituir por la de suprema auctoritas, dado que la soberanía es poder ilimitado por encima de los cuerpos sociales, mientras que la suprema auctoritas [yo prefiero decir suprema potestas] implica que cada cuerpo político, incluidas las potestades del monarca, está encerrado dentro de unos límites hacia abajo». Lo grave es que, hoy, la contraposición entre esas dos concepciones, una vez abandonada la tradicional también por las antiguas comunidades históricas, que tienden a ser soberanas lo más posible, ha traído una dialéctica insoluble entre concepciones soberanistas, fruto envenenado de la concepción moderna, hoy generalizada, y que históricamente no existió. »

Vallet de Goytisolo[47]

« En 1576, Jean Bodin definiría la soberanía: «el poder absoluto de una república», calificándolo de «no limitado en poder, ni en responsabilidad, ni el tiempo», y advirtiendo que «en nada se altera ni disminuye por la presencia de los estados»; ni tampoco hacia arriba con carácter jurídicamente efectiva, ya que, si bien el príncipe se halla obligado a las leyes de Dios y de la naturaleza, «no és lícito que el súbdito contravenga las leyes de su príncipe so pretexto de honestidad y justicia.». Estos límites, hacia arriba y hacia abajo, existían, en cambio, en la concepción tradicional del poder, y también, com hemos visto, en el gobiero gótico, que en los tiempos de Bodin estaba representado en Aragón, Cataluña, Valencia i Navarra por el pactismo político. [..] Pero la sobernía bodiniana penetró en España, con el Conde Duque de Olivares, transitoriamente, y con Felipe V, definitivamente. Es cierto que Felipe V, en 1702, convoca las Cortes generales de Cataluña, que, después de discusiones disentimientos, e interrupciones, concluyeron con la jura por Felipe V de las libertades de Cataluña, y la de ésta com rey por los tres brazos de las cortes catalanas. Pero, como no podía se de otro modo, por la concepción bodiniana del poder de Felipe V, pronto resurgen disenciones, porque, como nota Francisco de Castellví, «la práctica fue contraria a lo resuelto», y así lo muestra cuanto se relata a continuación. »

Visió global de sobirania/absolutisme/democràcia: Antonio Hermosa Andújar[48]

Altres referències modifica

Referencias modifica

  1. Elías de Tejada 1950, p. xx
  2. Elías de Tejada 1963, p. xx
  3. Sabaté 1998, p. xx
  4. Sabaté 2003, p. xx
  5. Simon 2005, p. xx
  6. Torres 2008, p. xx
  7. Günzberg Moll 2009, p. xx
  8. Zárate, 1880; 360
  9. Rodríguez, 2008; 155
  10. ALVARADO, Javier «Parte III. Monarquía mixta, cuerpos intermedios, separación de poderes: para una teoría sobre los orígenes triestamentales de la moderación del poder», De la ideología trifuncional a la separación de poderes, Madrid, UNED, 1993.
  11. MARCUELLO BENEDICTO, Juan Ignacio, «División de poderes y proceso legislativo en el sistema constitucional de 1812», Revista de Estudios Políticos, nº 93, 1996, págs. 219 a 231.
  12. «En la concepción “voluntarista” de la nación, los individuos disponen de cierta flexibilidad; aun cuando han de pertenecer a una nación en un “mundo de naciones” y estados nacionales, en principio pueden elegir a qué nación desean pertenecer. En la concepción “orgánica”, esa elección es imposible. Los individuos nacen en una nación y aunque emigren seguirán formando parte de la nación en que nacieron» (SMITH, Anthony D., Nacionalismo, Alianza, Madrid, 2004, p. 57).
  13. Michèle Perret "La langue de la liberté, éloge de l'abbé Grégoire", Mémoire de la société néophilologique de Helsinki (LXXVII), Du côté des langues romanes, mélanges en l'honneur de Juhani Härmä, 2009, 221-232
  14. Lenguas = Naciones = Estados
  15. Zeev Sternhell, Les Anti-Lumières de tous ls pays... Le Monde Diplomatique décembre 2010, pag 3
  16. «Determinado por esta concepción de la historia y de la humanidad, así como por un cierto misticismo que caracteriza toda su etapa de madurez, e inmerso por otra parte en unos acontecimientos políticos determinados, elaborará Fichte sus Reden an die deutschen Nation (Discursos a la nación alemana). La etapa berlinesa se vio interrumpida por unas breves estancias en las ciudades de Erlangen y Königsberg, donde volvió a dedicarse a la docencia en la Universidad, actividad que se vio bruscamente finalizada por la derrota de Prusia frente a Napoleón en el año 1806. Bajo la presión napoleónica, dieciséis Estados alemanes forman la Confederación del Rin, que se puso a disposición del emperador francés y abandonó de esta manera el Imperio alemán. En este mismo año de 1806, el emperador Francisco II de Austria depone la corona imperial y toma el título de emperador de Austria. El Imperio alemán había dejado de existir» (VARELA, María Jesús y ACOSTA, Luis A., «Estudio preliminar», en: FICHTE, Johann Gottlieb, Discursos a la nación alemana, Tecnos, Madrid, 2002, pp. XIX-XX).
  17. «Nacionalismo. Tipos».
  18. «Por lo tanto, el llamamiento que el nacionalismo hace al pasado no es sólo una exaltación del pueblo para unirlo, sino el redescubrimiento realizado por intelligentsias alienadas de toda una herencia étnica y de una comunidad viva compuesta por unos presuntos ancestros y una presunta historia. El redescubrimiento del pasado étnico permite crear recuerdos, símbolos y mitos que no tendrían fuerza alguna al margen del nacionalismo. [...] Lo que hace tan atractivos y poderosos a estos valores, recuerdos, símbolos y mitos es la invocación de una filiación común y los vínculos generados por la residencia como base de la autenticidad de los valores culturales únicos de la comunidad. Desde este punto de vista, la comunidad étnica se parece a una familia extensa o a una “familia de familias” que se extiende en el tiempo y el espacio hasta llegar a incluir a muchas generaciones y a muchos distritos de un territorio específico. Esta idea de filiación extensa vinculada a una “patria” concreta es lo que subyace a la identidad nacional y a la unidad en muchas de las naciones modernas y confiere a sus miembros una sensación vívida de relación de parentesco y de continuidad inmemorial» (SMITH, Anthony D., Nacionalismo y Modernidad, Istmo, Madrid, 2000, p. 99). Del mismo autor: The Ethnic Origins of Nacions, Blackwell, Oxford, 1986.
  19. «El nacionalismo, particularmente el de carácter étnico, se expresa en símbolos: desde la Madre Patria y las imágenes del muy amado líder nacional, los himnos, banderas y escudos de armas, hasta la lengua. Y en lo que concierne a la lengua, el nacionalismo escoge, desarrolla e incluso hipostatiza de entre todas sus muchas e importantes funciones, precisamente la simbólica o manifestativa; aquella en la que la lengua sirve para la identificación, como un símbolo de lealtad étnica, nacional, confesional, profesional u otro tipo de vínculo colectivo. La interacción entre las funciones integradora y demarcacional del nacionalismo es de este modo particularmente llamativa a nivel lingüístico. Los miembros de una colectividad étnica o nacional dada están bajo presión para homogeneizarse hacia dentro, y heterogeneizarse hacia fuera, también en lo relativo a la lengua. No sólo es deseable que todos ellos usen la misma lengua o variedad lingüística y alfabeto, sino también que éstos sean marcadamente diferentes de aquellos usados por otros, especialmente por comunidades vecinas y por lo demás estrechamente relacionadas» (BUGARSKI, Ranko, «Lengua, nacionalismo y la desintegración de Yugoslavia», en: Revista de Antropología Social, Universidad Complutense de Madrid, n.º 6, 1997, pp. 19-20; artículo disponible a través de Internet).
  20. G. W. F, Hegel (1951). Hegel Sämtliche Werke, Band II. Stuttgart: Frommann Verlag, pp. 335-516. En español: Fenomenología del Espíritu, México: Fondo de Cultura Económica 1971, pp. 259-392.
  21. Eloy Terrón Abad, La Revolución de 1820, en Nuestras Ideas, nº 2, septiembre de 1957.
  22. F.Tomás y Valiente, J. Donézar, G. Rueda, J.M. Moro: La Desamortización. Cuadernos historia 16, nº8, 1985, ISBN 84-85229-76-2
  23. 23,0 23,1 Canals 2006, p.80
  24. Lenguas = Naciones = Estados
  25. Rosa Mª Rodríguez Ladreda La cuestión de la soberanía: a propósito de los nacionalismos vasco y catalán. Revista El Búho. Enero - Junio de 2004 ISSN 1138-35
  26. Canals 1995, p. xx
  27. Canals 1996, p. xx
  28. Juliá Díaz 2002, p. 61
  29. Juliá Díaz 2002, p. 62-63
  30. 30,0 30,1 Juliá Díaz 2002, p. 62-63
  31. Juliá Díaz 2002, p. 65
  32. Juliá Díaz 2002, p. 66
  33. 33,0 33,1 Juliá Díaz 2002, p. 67
  34. 34,0 34,1 Juliá Díaz 2002, p. 68 Error de citació: Etiqueta <ref> no vàlida; el nom «JULIA-2002/68» està definit diverses vegades amb contingut diferent.
  35. 35,0 35,1 35,2 35,3 Juliá Díaz 2002, p. 58 Error de citació: Etiqueta <ref> no vàlida; el nom «JULIA-2002/58» està definit diverses vegades amb contingut diferent.
  36. Juliá Díaz 2002, p. 69
  37. Juliá Díaz 2002, p. 72
  38. Juliá Díaz 2002, p. 73-74
  39. Juliá Díaz 2002, p. 75
  40. Juliá Díaz 2002, p. 76
  41. Juliá Díaz 2002, p. 78-79
  42. Juliá Díaz 2002, p. 85
  43. Juliá Díaz 2002, p. 88
  44. Juliá Díaz 2002, pp. 60-61
  45. Montagut 2009, p. xx
  46. Vallet de Goytisolo 2007, p. 186
  47. Vallet de Goytisolo 2003, pp. 32-33
  48. Hermosa Andújar 1990, p. xx

Bibliografía modifica

  • Sabaté i Curull, Flocel. «El nacimiento de Cataluña: mito y realidad». A: Fundamentos medievales de los particularismos hispánicos. IX Congreso de Estudios Medievales. León: Fundación Sánchez Albornoz, 2003, pp. 221-276. ISBN 978-84-923109-5-1. 
  • Simon i Tarres, Antoni. Construccions polítiques i identitats nacionals. Catalunya i els orígens de l'estat modern espanyol. Publicacions de l'Abadia de Montserrat, 2005. ISBN 978-84-8415-680-2. 
  • Torres i Sans, Xavier. Naciones sin nacionalismo. Cataluña en la Monarquía Hispànica. Publicacions de la Universitat de València, 2008. ISBN 978-84-370-7263-0.